Desde que pisamos la terraza, supimos que esa
noche iba a ser especial. Llevábamos semanas promocionando la fiesta en las redes, nada podía fallar...
noche iba a ser especial. Llevábamos semanas promocionando la fiesta en las redes, nada podía fallar...
El ambiente erótico festivo poseía los cuerpos mojados, el DJ mezclaba ritmos que se metían en la cadera sin pedir permiso, y la zona de espuma —delimitada, íntima, espesa— parecía una nube lista para desatar tormentas.
Nos miramos con complicidad. Sabíamos por qué habíamos venido… y no era solo por mojarnos.
Júlia llevaba un bikini negro de esos que más que cubrir, provocan. La espuma comenzaba a treparle por los muslos cuando me giré para observarla desde atrás. El elástico de la braguita se le perdía entre las curvas. Tenía el cabello húmedo, la mirada encendida y la sonrisa que siempre me avisa: “Esta noche vamos a jugar.”
Yo llevaba el bañador bajo, ceñido. No tardó en empaparse. Júlia me lo bajó con un gesto tan natural que casi parecía un acto de cariño. Pero no. Era una declaración de guerra.
Ella apareció con esa seguridad desbordante que sólo da el deseo. Lucía, una preciosa panameña, piel dorada, labios gruesos, un tanga lila que parecía estar a punto de rendirse. Se acercó deslizándose entre la espuma como una sirena en celo.
Nos miramos. No hablamos. Júlia simplemente se giró, le dio la espalda y deslizó las manos por su propio cuerpo. Invitación aceptada.
Lucía se colocó tras ella. Le rodeó la cintura, y comenzó a “lavarla”, como había prometido… pero sus manos tenían otros planes. Subieron por los costados, se colaron entre los pechos de Júlia, y al llegar a los pezones, se detuvieron… sólo para jugar con ellos hasta hacerla gemir.
Yo no intervenía. Observaba. Me mordía el labio. La visión de mi chica perdiéndose en las manos de otra me encendía más que cualquier lengua.
Lucía se inclinó, besó el cuello de Júlia, luego su hombro, y finalmente le giró el rostro para besarla en los labios. Júlia le respondió con hambre.
La espuma seguía subiendo, pero ya no cubría más que gemidos.
Nos sumergimos un poco más en la zona espumosa. El ruido se volvía lejano. Todo era piel, espuma y respiraciones calientes.
Lucía se agachó. Se colocó entre las piernas de Júlia, mientras yo la sostenía por detrás, acariciándole los pechos, besándole el cuello. La lengua de Lucía encontró el lugar exacto, sin rodeos. Júlia soltó un gemido que me endureció aún más.
—No pares… —le susurré al oído, mientras sentía su cuerpo temblar entre mis brazos.
Júlia se inclinó hacia delante, buscando más. Yo no necesitaba mucho para entenderla. Apoyé una mano en su espalda baja, la otra entre sus piernas. La acompañé en ese vaivén mientras ella disfrutaba de la boca de Lucía y mis dedos al unísono.
Lucía se tumbó en la espuma. Júlia se deslizó sobre su cuerpo, le devolvió el favor con una lengua incansable, mientras yo observaba la escena más erótica que se podía imaginar. Dos mujeres mojadas, entregadas, rozándose y gimiendo entre burbujas.
La gente miraba. Algunas parejas desde fuera. Otras se tocaban. Pero nadie interrumpía. Sabían que estaban presenciando algo más que sexo: estaban viendo complicidad, deseo, entrega.
Álex y Clara se acercaron poco después.
Ya los habíamos cruzado otras veces. Clara era de esas mujeres que te devora con la mirada. Álex, tranquilo, sabiendo perfectamente qué provocaba su chica.
No hicieron falta palabras.
Clara se arrodilló frente a mí. Me desnudó con los ojos y con las manos. Mientras su boca me recorría, Júlia se sentó sobre el rostro de Lucía, que seguía dispuesta a darlo todo. Álex se pegó detrás de Clara, acariciándole el cuerpo mientras ella me lamía con ritmo hipnótico.
Los cuatro formábamos una figura imposible entre espuma y vapor. Cuerpos enlazados, gemidos cruzados, lenguas inquietas. Júlia se giró hacia mí, con la mirada vidriosa y el gesto de quien lo está sintiendo todo. Me acerqué, le acaricié la cara, y la besé justo cuando alcanzaba el cielo.
Entre espumas y luces, Clara gemía con mi sexo en la boca, Lucía se retorcía bajo Júlia, y Álex nos observaba, excitado, acariciando su erección como quien espera su momento exacto.
Y entonces… la música subió. Los cañones dispararon más espuma. Y todo se volvió borroso, resbaladizo, perfecto.
Nos tumbamos un momento sobre las colchonetas, mojados, temblando, riendo con el cuerpo aún encendido. Júlia me acariciaba el pecho. Lucía se tumbó a su lado. Clara aún jadeaba. Álex nos guiñó un ojo y se perdió entre la gente.
No hubo despedidas ni promesas. Sólo una última mirada de esas que dicen:
Esto no ha terminado… sólo ha empezado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario